¿Te atreverías a pasar una noche en la Habitación 1046, donde la muerte aún parece habitar?
En pleno corazón de Kansas City, en el año 1935, un hombre solitario entró en el vestíbulo del Hotel President. Llamaba la atención: alto, cabello oscuro, un traje largo y un gorro. Dijo llamarse Roland T. Owen. Pidió una habitación en uno de los pisos superiores. Le ofrecieron la número 1046.
Aquel cuarto, aparentemente normal, ocultaba algo perturbador. Los días siguientes estuvieron marcados por llamadas a deshora, susurros, golpes y gritos. Al cuarto día, Roland fue hallado brutalmente torturado… y aún con vida.
Lo que vas a leer no es solo un crimen sin resolver: es una historia real de terror. Una habitación con una identidad perdida, puertas que se cierran solas y un misterio que sigue susurrando desde las sombras.
Indice
La Habitación 1046
Cuando Roland T. Owen se registró, lo hizo con una dirección falsa y un nombre que nunca había pertenecido a nadie. La recepcionista, aunque intrigada por su actitud nerviosa, no hizo preguntas. Tras recibir la llave, Roland subió en silencio. No llevaba maletas, solo un peine, un cepillo de dientes y una pasta de afeitar.
Desde el principio, su comportamiento llamó la atención: hablaba poco, se mostraba nervioso y pasaba largos ratos encerrados en penumbra. Aunque permitía que el personal de limpieza ingresara, siempre insistía en mantener la luz muy tenue y no quería ser molestado. Pronto comenzaron a notarse cosas extrañas.
La mucama Mary Soptic relató que lo escuchaba hablando con alguien, aunque nunca vio a otra persona. A veces, al entrar, Roland estaba sentado en la oscuridad, completamente vestido y en silencio. Parecía temer algo… o a alguien. En otra ocasión, le dijo desde adentro que no entrara, que no necesitaba nada, en un tono seco.
Días después, la inquietud fue en aumento. Algunos testigos afirmaron haber oído ruidos extraños, golpes, murmullos y llamadas telefónicas que sonaban sin que nadie respondiera al otro lado. Finalmente, tras varias quejas de huéspedes, el personal del hotel decidió averiguar qué estaba ocurriendo en la habitación 1046.
La noche del horror
La madrugada del 4 de enero, el botones Harold Pike fue enviado a revisar la habitación 1046. El teléfono llevaba desconectado desde la madrugada y nadie respondía a las llamadas. Usó la llave maestra y, al abrir la puerta, encontró una escena terrorífica.
Roland estaba desnudo, atado con cuerdas a una silla. Había sangre en las paredes, sangre en el techo, las sábanas empapadas. Tenía heridas de arma blanca en el pecho, un pulmón perforado, el cráneo fracturado, el cuello amoratado por una cuerda… y, sin embargo, aún respiraba.
Llamaron a la policía y a una ambulancia. Antes de perder el conocimiento, uno de los agentes le preguntó:
—¿Quién le hizo esto?
—Nadie… Me caí contra la bañera —murmuró.
Fue la última mentira. Y la última cosa que dijo.
La policía pronto descubrió que Roland T. Owen no existía. No había registro de él en Los Ángeles, y sus huellas digitales no coincidían con ningún archivo criminal. Pero despertaron una sospecha. Semanas después, se logró identificarlo como Artemus Ogletree, un joven originario de Birmingham, Alabama.
Su madre había recibido cartas de él después de su muerte, pero eran mecanografiadas… y Artemus no sabía escribir a máquina. Además, el lenguaje era formal y personal, como si alguien más escribiera en su nombre. La firma era suya, pero todo lo demás no.
Un entierro anónimo
Artemus fue enterrado de forma silenciosa, sin ceremonia. Sin embargo, poco antes del funeral, una floristería local recibió un pedido anónimo: un ramo de rosas para su tumba. Junto al ramo, una tarjeta decía: “Amor eterno. Louise.”
¿Quién era Louise? Nadie lo sabía. No existía ningún registro que la vinculara a Artemus, y nadie se presentó en el entierro, salvo quienes se encargaron de organizarlo.
La policía intentó rastrear la llamada que ordenó las flores. Provenía de fuera del estado. La voz al teléfono sonaba nerviosa, casi temblorosa, pero no dejó pistas. Alguien estaba pagando por su entierro. Alguien que quería que Artemus descansara… o que el caso se olvidara.
Voces en la habitación 1046
Con el paso de los años, la habitación 1046 fue clausurada al público. El Hotel President cambió de nombre, fue renovado… pero algo permaneció. Empleados de mantenimiento afirmaron haber escuchado pasos dentro de la habitación sellada, ruidos inexplicables y voces susurrantes.
Un huésped, alojado años después en la habitación renumerada, despertó gritando. Dijo haber visto a un hombre con el rostro cubierto de sangre, atado a una silla. Nunca regresó. Nadie pudo probar nada. Pero el miedo se quedó.
Reflexión Final
Hoy, la habitación 1046 es una leyenda, una historia que aún estremece. ¿Fue un crimen pasional? ¿Una venganza? ¿O algo peor? Lo cierto es que el misterio persiste.
Algunas de las preguntas que siguen sin respuesta son:
- ¿Quién era realmente Artemus Ogletree?
- ¿Qué lo llevó a registrarse en el hotel con un nombre falso?
- ¿Quién envió dinero para el funeral y el ramo de rosas?
- ¿Qué secretos escondía Artemus?
Y si te apasionan las historias de terror, descubre más casos inquietantes en nuestra sección: Historias de Terror… Y cuéntanos en los comentarios: ¿qué crees que sucedió en la Habitación 1046?